Y han sido 12 años desde que abordé ese avión sin retorno; 12 años en los que he vivido lejos de mi país y de mi familia. Hace 12 años, en ese aeropuerto en Bogotá —y sin saberlo— sería la última vez que abrazaría a mis abuelos. Tampoco he podido decirles adiós, aunque los recuerdo siempre.
En ese entonces no tenía ni idea de qué pasaría al llegar, pues no sabía el idioma, no conocía a nadie y estaba solo al otro lado del Atlántico. Y bueno, heme aquí, sin saber muchas cosas, pero al menos ya sé decir “Hola, ¿cómo está?” en ruso, y tengo muchas historias: unas buenas, otras no tanto. Durante todos estos años también he logrado conocer muchos lugares en este país y descubrir que, a pesar de todo, hay gente buena acá.
Por estos días he estado pensando mucho en la persona que llegó y en la persona que soy ahora. También he estado pensando en esa gente que se quedó allá y siguió su vida. La familia ha crecido y hay nuevas personas a las cuales tampoco he podido abrazar, y eso me recuerda las historias que, de pequeño, escuchaba sobre el familiar que vivía fuera del país. Jamás llegué a concebir que me convertiría en esa persona. Curioso, ¿no?
En ese proceso he ganado mucho y perdido otro poco: muchos cumpleaños y celebraciones que he visto a través de los píxeles de una pantalla; llamadas en la madrugada que dejan ese sinsabor de no estar allá con ellos. Le comentaba a alguien recientemente lo mucho que me hace falta estar en casa porque —por alguna razón— allá siento que descanso, que recargo mis energías, a pesar de que sé que ya no conecto con muchas cosas en ese lugar que me vio crecer.
Detesto los clichés, pero me he convertido en uno: ese ser que, a pesar de todo, jamás encajará en otro país, pero que al mismo tiempo es un extraño cuando vuelve a casa.
Hace 12 años, un día antes de mi viaje, estaba con un grupo de personas que en su momento fueron las más cercanas. Algunas de ellas siguen en mi vida, otras no, y bueno, es parte de esos procesos que se dan. Cada quien tiene sus razones para quedarse (o irse). No hay nada peor que obligar a alguien a hacer algo que no desea. Todo esto también me ha enseñado, de cierta forma, a recibir los cambios (y las personas) de una manera un poco diferente: asumo que están allí por un tiempo y luego desaparecerán, porque ese es el ciclo de las cosas.
Algunos me han dicho que es una forma horrible de hacer amistades, pero eso me ha salvado en muchas ocasiones. ¿Estaré en lo correcto? Ni idea, prefiero no pensar en eso. También recuerdo que, en esa fiesta, varias personas me dijeron: “Usted no va a volver, eso es un viaje sin regreso”. Ellos seguro veían algo que yo, en ese momento, ignoraba.
Como una persona no religiosa, a veces envidio a quienes practican algún credo, porque tienen con quién hablar en cualquier momento. Al menos así es como mi madre (y mi abuela) me hicieron creer que funcionaba… tal vez me equivoco. Eso de tener a alguien que esté dispuesto a escuchar también es importante. Mi problema es que, a veces, hablo mucho y creo que aburro a la gente, y por eso se van.
¿A qué viene todo esto? Bueno, emocionalmente (y tal vez mentalmente) ando regular. Las razones las conozco, creo. Pero me estoy permitiendo ser un poco más abierto frente a esto, porque también creo que es importante darle una voz a estas cosas.
No es la primera vez, y posiblemente no sea la última, así que nada… vamos pilotando eso.
Ahora, no lo voy a negar: estoy cansado y un poco frustrado. Los últimos meses, en especial, me han puesto a prueba en muchos aspectos, y sinceramente llegué a un punto en el que ya no quiero justificarme frente a nadie.
Estoy cansado de que algunas personas crean que está muy bien cuestionar por qué sigo viviendo donde vivo. Estoy cansado de que me digan que mi silencio en ciertas cosas es una forma —ya sea directa o indirecta— de justificar todo lo que pasa. Estoy cansado de que me digan cómo corro peligro. Yo, más que nadie, sé los riesgos, y tal vez sería mejor que esas personas se ahorraran sus comentarios.
Pero la frustración también viene del otro lado: en ocasiones recibo comentarios —ya sean de broma o no— en los que me recuerdan que, incluso después de estos 12 años, “no soy lo suficientemente bueno”, aunque tampoco entiendo qué significa eso.
Más que nada, me frustra tener que escuchar cosas como “Usted TIENE que hacer esto”. Es agotador tener que cumplir las expectativas e imaginarios que se tienen en este lado del mundo. Y solo por eso, a veces pienso que quisiera vivir en un bosque —o en un agujero de hobbit— con mi gato, y espero hacerlo algún día.
Muchas cosas más por decir, pero lo dejaré para otra ocasión.
Si llegó hasta acá, ¡gracias por leer!
También pido perdón por el desorden de ideas; hace mucho no escribo, pero es probable que lo retome. Me hace falta escribir en algún lado, aunque sé que pocos las leerán (y comentarán).
No siento más. Adiós.
